#5 Que empiece el show
Sobre improvisar más, celebrar el año nuevo e idealizar comidas y colonias.
Septiembre también es mi año nuevo. Somos tantos los septiembristas que creo que si hiciéramos una votación para cambiar las uvas al 31 de agosto, la capa de Ramontxu estaría colgada en Vinted al día siguiente.
Este mes hago revisión de pecados, paso cuentas conmigo misma y asiento las bases para los próximos 364 días. Hace justo un año estaba recién salida de un ingreso en la Teknon, con una dieta que le quitaría las ganas de vivir a cualquiera y una colecistectomía programada para noviembre. Toma ya, entrando por la puerta grande. Este año, sin vesícula pero con salud —toquemos madera— solo puedo decir que cualquier inicio de año que esté lejos de una habitación de hospital, ya es bueno.
Si este primer mes tiene que determinar los próximos once, firmo ya. Empecé cumpliendo años rodeada de mi gente más querida —a falta de un par de imprescindibles— y aprendí una lección que probablemente marcará el resto del año: hay que improvisar más. Quien me conozca sabrá que no soy nada dada a la improvisación. Sin embargo, el año ha empezado con un puntito en la boca. Mi cumple suele ser un evento organizado y planificado con meses de antelación —con agosto de por medio, cualquiera deja cabos sueltos—, pero éste no fue así. No solo no tenía reserva, sino que la lluvia truncó mis “planes”: me falló el plan A y me falló el plan B, así que ahí estaba yo, a escasas horas de la cita, sin sitio. De vuelta a casa, sin saber muy bien dónde meter a 10 personas un martes lluvioso en Barcelona, vi la luz. Literalmente, la luz de Santuari.
Bendito nombre y bendito lugar. Es chiquitín pero tiene una salita al final en la que pudimos estar sin media pega. Estuvimos a gustísimo, de los mejores cumples diría yo, además comí una tarta de zanahoria muy rica.
Fue también casi una improvisación ir a ver la película Volveréis y acabarla con un coloquio de su director, Jonás Trueba. No estaba planificado ir ese día, a esa hora o a ese cine, pero al curiosear los horarios y ver que venía Jonás, fue inevitable modificar nuestros planes.
Recomiendo la película Volveréis a todos los que les guste que una pareja sea el eje central de ésta, a los que tengan problemas para romper relaciones longevas aún a sabiendas de que ya no funcionan y a los que les guste el metacine —amo cuando un director y su equipo se divierten haciendo la peli de la peli—.
De Volveréis valoro el enfoque que se le da a la ruptura como vehículo. Para alguien con dificultades para dejar ir y fanática de las rom-coms, es un buenísimo ejercicio para asumir que no todo debe ser para siempre y que eso no es malo, de hecho, es motivo de celebración. Me quedo con el amor-repetición de Kierkegard y me pregunto por qué Hollywood se ha centrado tanto en la amor-conquista cuando éste es mejor:
El amor-repetición es en verdad el único dichoso. Porque no entraña, como el del recuerdo, la inquietud de la esperanza, ni la angustiosa fascinación del descubrimiento, ni tampoco la melancolía propia del recuerdo. Lo peculiar del amor-repetición es la deliciosa seguridad del instante.
Søren Kierkegaard
Volviendo a lo de improvisar y al hilo del cine de Jonás Trueba que suele rendir involuntariamente homenaje a Madrid, este mes ha caído un viaje a la capital medio improvisado. Os aviso de que la ciudad está más bonita, si puede, que nunca. Sospecho que Madrid también es septiembrista. En este viaje he paseado mucho, comido otro tanto y pasado tiempo con gente a la que tenía muchas ganas de ver, estupendísimo.
A propósito de esto, algo no muy improvisado por mi parte han sido los restaurantes a los que he ido. Suelo tener una lista mental —y no mental también— de los sitios que me apetece probar (como Biang Biang) o repetir (como Revuelto).
Hay platos que tengo idealizados. Pruebo algo que me parece brutal lejos de casa, y luego, el hecho de no poder tenerlo lo hace aún más apetecible. Uno de ellos es Revuelto: Un concepto de restaurante inspirado en la gastronomía coreana que sirve huevos revueltos con diferentes toppings en panecillos de mantequilla.
Desde que lo probé el enero del año pasado, no he podido dejar de pensar en ellos. Me pasa también con un Lobster Roll que comí en Nueva York, se convirtió en mi plato favorito y cerca no está —empiezo a sospechar que el bollo de mantequilla tiene algo que ver—. Por suerte el otro día descubrí con mi tía este sitio de Barcelona en el que los preparan al estilo original, la verdad es que el antojo te lo quita.
Esto de idealizar lo que no puedes tener me recuerda a mi hermano. La semana pasada fuimos en búsqueda de un perfume nuevo, tras varias probaturas se acabó enamorando perdidamente de la colonia San Miguel de la edición Paseo por Madrid de Loewe. Con notas de violeta, geranio, davana, pachulí y vetiver, nos pareció una buenísima elección. Hasta que vimos el precio. Ahora esa inalcanzable colonia es la mejor colonia del universo, por supuesto.
Por último os dejo un descubrimiento al que probablemente haya llegado tarde pero eso no quita que tenga esta canción en bucle desde que la escuché.
Esto es todo por hoy. Finalizaré la newsletter de septiembre agradeciendo lo completo, diferente, interesante y divertido que ha sido este mes. Septiembre es mi mes favorito, y así seguirá siendo. A los fanáticos de mayo, agosto o abril, lo siento: todavía no os habéis dado cuenta de que estamos hechos de nuestras rutinas, de los reencuentros post-vacacionales y de donde nos refugiamos de la lluvia, pero ya lo haréis. Feliz año nuevo, os deseo un próspero año lleno de salud, felicidad y amor.
Besos, abrazos y todo eso que se hace cuando dan las 00:00.